¿Plásticos?, ¿relojes?, ¿motor poderoso y potente?, ¿frenos a disco?, ¿guardabarro delantero?, ¿espejos?, ¿guiños?...no, no. Nada de todo eso es necesario para disfrutar de una moto en su esencia misma. Una Honda 125 de fines de los '70 con todo el glamour de las cosas bien hechas.
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