Alejandro, Colón, Marco Polo, Atila son solo ejemplos paradigmáticos de la infinidad de hombres y mujeres que han recorrido el mundo o parte de él para saciar su hambre de conquistas y dinero pero también su curiosidad. En otro nivel, más humilde y humano, si se quiere, la mayoría de los motociclistas sentimos pasión por los viajes y hay muchas historias, algunas grandes e increíbles y otras más pequeñas pero no por eso menos apasionantes, de travesías envidiables. Enmarcado en este contexto, paso a relatar un viaje que tomé de una nota hecha por la revista Informoto del mes de agosto de 2008.
Nito Bazzola compró en 1954 una Lambretta 125 que bautizó con el nombre Fuki Fuki. Años más tarde, en el ´63, Nito se fue a vivir a los Estados Unidos, entonces le vendió la moto a Juan Carlos, un amigo. Este amigo, doce años después, se la regaló. La moto estaba arrumbada y desarmada pero, con la ayuda de otro amigo, se la llevó a California donde le hizo una cuidada restauración.
En 1998, Nito, que ya contaba unos 58 años de edad, decidió emprender un viaje sobre su querida Fuki Fuki desde California hasta la Argentina. Cuando le comentó a su familia y amigos sus intenciones, éstos se mofaron de él y le plantearon todo tipo de potenciales y desalentadores problemas. No obstante, el 1ro de noviembre de 1998 comenzó su aventura. “Mis hijas me acompañaron hasta la ruta. Parecía más la procesión de un cortejo fúnebre que una feliz despedida. Me imagino que esperaban mi abandono a los pocos kilómetros”, contaba a Informoto.
Recorridos 180 kilómetros hizo su primera parada en Paso Robles. Después vendría San Diego antes de cruzar a México por la península de Baja California. Más tarde, en su camino hacia el Sur, llegó a Chiapas, donde fue testigo de la devastación que dejó el Niño. “Un cuadro desesperante”, comentaba. Pasó a Guatemala pero al averiguar la situación del resto de los países de Centro América asolados por el huracán Mitch y sabiendo que los caminos estaban destrozados, que ya había casos de cólera, carencia de comida y agua potable, decidió tomar un avión hasta Quito y sortear ese tramo tan peligroso. En Quito estuvo casi dos días tratando de sacar la motoneta de la aduana, cosa que consiguió después de coimear a varios tránsfugas aduaneros. Ese día almorzó en una hostería al pie del impresionante volcán Chimborazo y siguió camino atrapado por la belleza de los valles, ríos y el verde esplendoroso de la cordillera ecuatoriana. Pasó a Perú; “cruzar Lima fue toda una aventura por el tráfico y los mini colectivos. Gracias a Dios estoy aquí para contarlo”, dijo. Llegó a Tacna y luego entró en Chile. A partir de Arica se internó en el desierto y la Fuki Fuki tuvo que soportar larguísimas cuestas, recorriendo 308 kilómetros para encontrar una estación de servicios. De Iquique a Antofagasta fue un paseo. En los famosos Caracoles, una ruta con varias decenas de curvas y contra curvas con una inclinación de 30 grados, tuvo que transitar en primera velocidad, casi a paso de hombre, porque no solo la altura afectaba la carburación sino que la nafta que había cargado era de baja calidad. Así y todo, la pobre Fuki Fuki llegó al túnel fronterizo que conecta Chile con Mendoza. “En pocos minutos estaba por cumplirse mi tan soñado anhelo de pisar mi tierra argentina. Al salir del túnel sentí una sensación muy difícil de explicar. Y ahí, a pocos metros, estaba la celeste y blanca, flameando en el mástil de gendarmería. Paré y canté nuestro himno, besé la tierra y guardé una piedrita como recuerdo de esa entrada triunfal. Saqué de la mochila una banderita argentina y la puse a flamear donde siguió haciéndolo hasta Buenos Aires. En el restaurante de Las Cuevas almorcé y bebí un vino con el cual brindé por todos los que con su afecto y respeto hicieron posible este logro y, como toque final, ¡Flan con dulce de leche y cafecito!”, comentó a la revista, seguramente, todavía con emoción.
Curiosamente, tuvo pocos problemas mecánicos, salvo algunas pinchaduras.
El 23 de diciembre, 52 días después de la partida, fue a la Plaza de Mayo y frente al mojón del kilómetro cero, se sacó la última foto del viaje.
En memoria de su amigo Juan Carlos, le regaló la motoneta a su hijo Juanchi.
“¡Juanchi, que la disfrutes y que esas pequeñas ruedas te hagan recorrer el mundo con felicidad!”, le deseó.
Este ha sido el relato que tomé, como comenté al principio, de la revista Informoto Nº 407 de agosto del 2008, que he adaptado y que es, seguramente, más pobre que el original, del viaje formidable de Nito Bazzola y su querida Fuki Fuki.
Aquí les muestro una moto similar a la Fuki Fuki.
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